Buenaventura: comunidades en resistencia ante un puerto de saqueo y olvido

Puerto de Buenaventura

Este artículo hace parte de la revista Voces Por el Clima No 3


 

En Buenaventura se encuentra el principal puerto de comercio exterior de Colombia, que moviliza cerca del 44 % de la carga internacional, principalmente de importaciones (Ministerio de Transporte, 2023). Al mismo tiempo, hace parte de la región pacífica del país, que cobija uno de los ecosistemas más estratégicos del mundo por su alta biodiversidad. Es una de las zonas con menor presencia estatal y mayor presión de grupos armados ilegales. Todas estas variables lo hacen especialmente vulnerable a la crisis climática.

Paradójicamente, en este puerto circulan miles de millones de dólares legales y no legales; sin embargo, esta abundancia no propende por el bienestar de la población, sino que juega en su contra. El dinero legal se mueve bajo círculos cerrados enmarcados en altos niveles de corrupción y, el dinero ilegal, se mueve más abajo, seduciendo más fácilmente a la juventud, aquella que vive en precarias condiciones en las periferias urbanas. A su vez, la poca presencia estatal desemboca en baja o nula inversión social en educación, salud, cultura y saneamiento básico, dejando un espacio cooptado por grupos armados ilegales y su dinero “fácil”.

Este dinero “fácil”, alimentado por el narcotráfico y la minería ilegal, arrebata a la mayoría de la juventud de sus círculos familiares y sociales, y la enlista en los bandos de los fuertes, los que tienen las armas, los que aterrorizan los caminos, los que pueden comprar y lucir, los “exitosos” a costa de la tranquilidad de los suyos.

El comercio legal, apoyado por un Estado esclavo de las intocables políticas de comercio global, invierte en lo que le interesa: infraestructura para exportar materias primas llenas de pasivos ambientales y productos baratos endeudados con la naturaleza y las poblaciones locales, e importar productos manufacturados seguramente igualmente endeudados, muchos de ellos baratijas de mala calidad que rápidamente engrosarán los rellenos sanitarios y otros subsidiados que compiten con la producción local. Un juego desigual con reglas inclinadas para seguir apoyando el crecimiento ilimitado a cualquier costo, con el fin de seguir enriqueciendo a los de siempre.

Otra violencia que aún persiste en el territorio fue la llevada a cabo por el Estado en su lucha contra el narcotráfico. Fumigaron sin compasión una de las zonas más húmedas del mundo y el agua envenenada con glifosato afectó rápidamente a un sinnúmero de especies vegetales, animales y comunidades humanas. El trabajo de siembra sin químicos que ha caracterizado a muchas familias de la región fue tirado a la basura por los cientos de toneladas de veneno esparcidas por el Gobierno.

Las fumigaciones del 2002, 2003, 2005, por ejemplo, afectaron las plantas del chontaduro. Les empezó a llegar una plaga que prácticamente las exterminó, así como a varias especies de animales que se alimentaban de estas. Ahora, para conseguir el chontaduro, se debe traer del Cauca. Antes, una misma planta de banano daba cinco o seis cosechas; actualmente, ya solo da dos o tres veces y se muere.

La variabilidad climática ha hecho más intensas las épocas de lluvia y sequía. Han aumentado los vientos, afectando los cultivos y los animales que se alimentan de ellos. Por ejemplo, la pava cantona, que antes se ubicaba en la falda de la loma y se alimentaba del rastrojo de los cultivos, ha sido desplazada porque las inundaciones han afectado los cultivos. Los lugares en donde tradicionalmente se sembraba, ya no son aptos para sembrar, afectando la productividad de las cosechas y la presencia de varias especies que abundaban y ahora escasean.

Así, a la violencia legal e ilegal, se le suma la violencia de la crisis climática y sus múltiples manifestaciones. La variabilidad climática, unida a los rezagos de las fumigaciones, además de afectar las cosechas, afecta la biodiversidad.

Este cambio de los ciclos naturales, que está afectando la abundancia y las prácticas tradicionales desarrolladas por siglos por las comunidades, es agravado aún más con la presencia de grupos armados ilegales que imponen su ley, la de las armas, los toques de queda, los paros armados, las amenazas, las desapariciones, los abusos, los atracos, el silencio, el confinamiento, las torturas, el miedo, la zozobra, la tristeza, la impotencia, el abandono, el desplazamiento, la pobreza. A través de todas estas afectaciones a los territorios, los grupos armados ilegales terminan siendo una salida o respuesta legítima a la vulnerabilidad que existe, induciendo a los jóvenes a unirse a estructuras armadas, buscando oportunidades o teniendo que abandonar su territorio por miedo.

A pesar del denunciado “calentamiento global” y su directa relación con la quema de combustibles fósiles, el mercado global se acelera y, con él, sus falsas soluciones que se suman a las amenazas existentes. Los contratos de “conservación” y la incitación a los líderes para que firmen jugosos “negocios verdes” engañan y fragmentan a las ya arrinconadas comunidades.

Firmar estos contratos los convierte en cómplices de la destrucción. Sin muchas explicaciones, les ofrecen dinero que “compensa” el despojo de comunidades hermanas, la contaminación del suelo y el agua, la extinción de especies, el aumento de gases de efecto invernadero. Macabra tragedia creada por las negociaciones climáticas globales y su deseo de seguir manteniendo el desarrollo y su sistema de muerte.

En nombre del “desarrollo” se construyó el puerto de Buenaventura, intocable e incuestionable ficha del flujo y el acaparamiento de capital. Para las comunidades locales, ha sido una puerta al infierno que solo ha traído miseria y muerte. Y, ¿qué le ha dejado al país? Seguramente muy poco frente a todo lo que nos ha arrebatado.

A pesar de este difícil panorama, la resistencia de los pueblos afrodescendientes, palenqueros y raizales no para. Con la claridad de lo que los hace realmente ricos, trabajan por seguir cultivando la tierra, defendiendo su biodiversidad, tejiendo fuertes relaciones y sus sentidos de colectividad, y manteniendo el arraigo con sus territorios ancestrales. Estos pueblos saben que vivir en armonía con los territorios es sinónimo de vivir sabroso; el reto es seducir a la juventud para que se una del lado de la vida.

“Porque el territorio es la vida y la vida para los negros no es posible sin el territorio”. “Dure lo que dure, cueste lo que cueste, si luchamos como hermanos, nuestras luchas las ganamos”.